miércoles, 25 de marzo de 2020

"La mujer del cartero" de Leonor Moreira

  Clara, casada con el cartero local de un pueblo de Orense, lleva una existencia gris y anodina. Un día llama a su puerta el vecino de la casa de al lado. Acaba de llegar al pueblo y de repente, su sola presencia, abre un mundo de posibilidades ante Clara.

  El libro, desde el prólogo, nos envuelve en un ambiente asfixiante y la frase de "Rayuela" de Cortazar, que encabeza el primer capítulo, da el toque de inexorabilidad en el destino de los protagonistas.
  La autora nos introduce en el mundo opresivo de Clara, de profesión "sus labores", con un marido a la vieja usanza, que remarca su supremacía sobre ella mediante el control y la humillación pública y privada. El sexo desapareció hace mucho tiempo de la ecuación, la dependencia económica y el aislamiento físico y social de Clara la han convertido en alguien sin autoestima privándola de la capacidad de salir de su situación.
  Leonor Moreira nos muestra una realidad sobre el matrimonio, quizá más común de lo que pensamos, donde la esposa se anula completamente hasta casi desaparecer. Es muy fácil para cualquier mujer empatizar con Clara, que pierde su identidad tras casarse, hasta el punto en que la gente "olvida" su nombre. Deja de ser una persona para convertirse en una pertenencia de su marido, algo accesorio, es solo "la mujer del cartero", ha perdido en el proceso hasta su nombre.
  La novela nos plantea como un agente externo, el nuevo vecino, provoca una reacción en cadena dentro de la protagonista que la lleva a querer romper con su vida y todo el universo de maltrato psicológico que la ha envuelto hasta el momento.
  La aparición de Alex, el vecino de Clara, marca un punto de inflexión en la vida de la protagonista. Porque la historia tiene una única y exclusiva protagonista: Clara. Ella es quien narra en primera persona.
  Clara inicia una relación extramatrimonial con Alex haciendo pensar al lector que se trata simplemente de una novela más sobre una relación tóxica camuflada como amor y que coquetea con el BDSM.
  No es el caso. Desde luego hay escenas de sexo muy duras con un alto contenido de sadismo sexual, pero quiza por la forma desapasionada en que se narran no resultan -para mí- especialmente inquietantes. He sentido más tensión en otras escenas relacionadas con unos asesinatos en serie que se entrelazan con la historia de Alex y Clara.
  Leonor Moreira dosifica de forma sabia la introducción de los crímenes en la trama. Desliza pequeñas pistas, unas veces ciertas y otras solo para desviar la atención, dando giros a la trama. Nunca llegas a estar seguro del todo hacia donde derivará la historia. Confieso haber hecho muchas conjeturas mientras leía, pero no he alcanzado la certeza hasta que la autora ha decidido revelar el misterio. Tan poco es fácil señalar el punto en el que la novela deja de ser la triste historia de una mujer, cerca de los cuarenta años, insegura e insatisfecha, que justifica su infidelidad, para convertirse en un thriller.
  Me ha sido imposible evitar relacionar "La mujer del cartero" con "El cartero siempre llama dos veces" de J. M. Cane, publicada en 1934. Pero tras preguntar a su autora y asegurarme esta que ni ha leido la novela ni ha visto ninguna de las dos películas basadas en ella debo atribuir a mi imaginación cualquier similitud.

Sobre su Autora
  Es definida en la contraportada de su libro como viguesa de nacimiento y lectora impenitente. Escribe relatos desde hace más de diez años por el placer de escribir. En la actualidad se dedica exclusivamente a la creación literaria.
  "La mujer del cartero" es la primera novela publicada por Leonor Moreira. Su protagonista es fruto de la observacion realizada por la autora de la vida cotidiana de mujeres reales y los matrimonios en los se sentían atrapadas y sin posibilidad de escape.
Gracias por contar conmigo en el #booktourlamujerdelcartero

viernes, 20 de marzo de 2020

"La muñeca"

  Martina y su mamá paseaban entre los estantes de la juguetería. De repente mamá se paró frente a la estantería de las muñecas de porcelana. Se quedó mirando una de ellas. Tenía unos preciosos bucles dorados y sus ojos de cristal, con iris azul cobalto, devolvían con intensidad la mirada a mamá.
- Mira que bonita es Martina -dijo mamá-, ¿que te parece si la adoptamos?
  Martina se encogió, haciéndose pequeñita al lado de mamá:
- No mami. No me gusta, me mira mal. Déjala, por favor.
- No digas tonterías cielo, es una monada. Ya verás encima de tu cama quedará genial, la vamos a llamar Rosita. Se viene a casa con nosotras. 
  De vuelta a casa en el coche, cada vez que Martina miraba de reojo el asiento de al lado percibía los maliciosos destellos que las luces de la calle arrancaban  de las pupilas de Rosita.
  Ya en casa, los días eran más llevaderos, Martina solo tenía que evitar entrar a su habitación para no ver a Rosita. A la hora de dormir no quedaba más remedio que compartir la habitación con ella. Mamá sentaba a la intrusa en la sillita de Martina, junto a la ventana y la luna hacía brillar con maldad sus ojos de cristal.
  Martina se tapaba la cabeza con el edredón y apretaba sus párpados cerrados, pero era inútil, la mirada de la muñeca se colaba en sus pesadillas. Siempre le decía lo mismo: "Mamá es mía, me la llevaré conmigo y nunca más la verás"
  La pobre Martina perdió peso y las ojeras devoraron su cara. El pelo le caía triste sobre los hombros y se volvió taciturna y solitaria.
  Mamá apenas notó los cambios de Martina, estaba demasiado ocupada confeccionando vestidos para Rosita o peinando sus tirabuzones o poniendole lazos en el pelo o buscando por internet unos zapatos de charol que conjuntaran con el nuevo abriguito que había comprado para su preciosa muñeca. Estaba tan ocupada con Rosita que se olvidó de Martina.
  Al final Martina ideó una solución. Se desharía de Rosita. A escondidas de mamá tiraría la maldita muñeca a la basura y todo volvería a la normalidad.
Aquella noche, como todas las demás, Rosita invadió sus sueños. Amenazadora avanzaba hacia ella mientras repetía:
- Mamá es mía, nunca te la devolveré. Mamá me pertenece, es mía para siempre.
  Martina quería gritar, pero su garganta se negaba a obedecer y no pudo emitir sonido alguno. Cuando se despertó cubierta de sudor vio a Rosita junto a su cama con sus fríos ojos azules fijos en ella. Un grito estrangulado surgió de sus cuerdas vocales y salió a toda velocidad de la cama. Trastabillando en la oscuridad llegó hasta la mochila del colegio y la vacío con manos torpes. Entonces, introdujo a Rosita y cerró con fuerza la cremallera.
 
A la mañana siguiente...
Martina salió de casa con su mochila rosa de la mano de mamá. Mamá la ignoraba, caminaba pendiente de los escaparates buscando novedades para Rosita. Martina contaba con ello. Despacito se quito la mochila y la dejo en el suelo con disimulo, junto al contenedor de basura. Continuó caminando al lado de mamá y  la tomó de la mano de nuevo.
Fue al cruzar la calle. Martina se sentía eufórica y victoriosa. En un instante mamá caminaba a su lado y al siguiente se volvió como si alguien la hubiese llamado. Un coche que pasaba en ese momento no pudo frenar a tiempo.
Ahora mamá estaba en el suelo, en un charco se sangre. Martina incapaz de moverse y sin soltar la mano inerte de mamá miró en la dirección hacia la que se giró su madre.  Y allí estaba Rosita, con un brillo triunfante en sus diabólicos ojillos. ¿Como consiguió la muy maldita salir de la cartera?  

  Tras el funeral, papá quiso ver a mamá por última vez y pidió que abriesen el ataúd. Nadie vio a Martina en un rinconcito llorando, pero ella si vio a papá meter a Rosita en el féretro con mamá. Y un soplo de viento le trajo las malévolas palabras de Rosita:
- Ahora es mía para siempre, mamá es mía, te lo dije.

Fin