Una niña de seis años emigra desde Ucrania a España con sus padres funcionarios estatales -ingeniero y enfermera- que llevan años viviendo la mayor parte del tiempo en la miseria.
Es el padre quien toma la decisión de emigrar arrastrando con él a su hija y a una esposa que no reúne valor para negarse y lo sigue obligada por presiónes familiares llevando consigo el rechazo al país de acogida y una tristeza endémica. Ambas cosas las heredará su hija, la pequeña Daría.
Daría aprende rápido y aprovecha todas las ventajas que ofrece el lugar donde se han instalado. El precio a pagar: la soledad. Sus padres compaginan varios trabajos y no disponen de tiempo para ella.
Sumas a esa soledad la presión por conseguir la aprobación de una madre fría y distante, la vergüenza que siente por el descenso de estatus social, la nostalgia por una patria que ha romantizado y unos recuerdos idílicos fabricados a través de viejas fotografías familiares e historias que le han contado y obtienes como resultado alguien que no valora lo que ha conseguido, con la autoestima por los suelos, una depresión crónica, dependencia de ansiolíticos, problemas de alimentación y tendencias suicidas.
Confieso que la protagonista me desagrada, no he logrado empatizar con ella. Daría lo consigue todo, pero nada le satisface y vive en permanente infelicidad.
Hay un comienzo duro con estrecheces economicas, pero después España le brinda un abanico de oportunidades: becas de estudio, formación universitaria, trabajo acorde a su gran capacidad y bien remunerado, pareja estable con buen nivel socioeconómico y cultural. Es una triunfadora. ¿Que falla entonces? El fallo está en la propia Daría, que ve reflejados su resentimiento y su rechazo en los ojos de los demás. Tristeza, nostalgia y desarraigo pueblan una novela de frases poeticas donde no hay ni una brizna de esperanza y el regodeo en las propias miserias acaba produciendo hastío.
Toda esa poesía envuelve un popurrí oportunista de temas políticamente correctos: inmigrantes ilegales, situaciones de explotación, pobreza, machismo, dificultades de integración, choques culturales, el fracaso del comunismo, la caída de la URSS y el tema más oportunista de todos: la guerra de Ucrania.
La autora, de origen ucraniano, crea ciertos paralelismos entre su vida y la de la protagonista dando pie a pensar que la novela es autobiográfica. No lo es.
Una amiga me hizo ver meses antes de que Desencajada se alzara con el Mandarache que los tres finalistas cubrían la multiculturalidad, el cupo vasco y la guerra de Ucrania... Como no podía ser de otra manera, Ucrania se alzó con el triunfo.
Sobre su autora
Margaryta Yakovenko es una escritora ucraniana nacida en Tokmak en 1992. Se trasladó a Los Alcázares, Murcia, a los siete años. Estudió periodismo en la Universidad de Murcia y realizó el máster de Periodismo Político Internacional de la Universitat Pompeu Fabra. Ha sido redactora y editora en PlayGround, El Periódico de Cataluña y La Opinión. Actualmente trabaja en El País.
Publicó el cuento No queda tanto en la antología Cuadernos de Medusa de la editorial Amor de Madre. Desencajada, su primera novela, acumula ya al Premio Gaudí Gresol de Literatura 2022 el Premio Mandarache 2023.
