Parecía ayer cuando aquel signor espagnolo vino a él con un encargo de la lejana
Cartagena, pidiendo una Pietá al
estilo del gran Michelangelo.
Giaccomo Colombo contemplaba absorto su
obra terminada. Frente a él, tras muchos meses de laborioso trabajo, maese
Giaccomo tenía a aquella extraordinaria bellezza
de tez clara y ojos oscuros,
reflejando el dolor de una madre con su hijo muerto en brazos.
El maestro se despedía de su obra. Acarició
con mimo su rostro y vio brillar por última vez bajo el sol napolitano las cinco
lágrimas que adornaban su rostro. Memorizó las tenues arrugas de su frente,
rozó las manos implorantes de la Madre de Cristo con respeto reverencial.
Era hora de dejarla marchar. Suspirando
se apartó de ella y con el corazón tembloroso susurró: -Addio amore mio, buon viaggio-.
Qué maravilla, Isabel! Eres un fenómeno en el relato brevísimo, lo condensas todo en tan pocas frases! Enhorabuena!
ResponderEliminarSaludos.
¡Muchísimas gracias Inmaculada! 😘
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