En el año 2067…
Nortal es un país rico en recursos y tecnológicamente
avanzado situado en el hemisferio norte del planeta. Hay abundancia de agua y
grandes espacios verdes. Se respeta el medio ambiente. Sus nativos son rubios,
altos y de piel y ojos claros. Disponen de amplios lugares para vivir. Su
población bien alimentada tiene acceso a la educación. Se fomenta la práctica
de actividades artísticas.
La última generación de
adultos ha nacido en una sociedad donde se ha desarrollado un sistema de
anticoncepción hormonal que erradica el deseo sexual. Como consecuencia han
desaparecido las relaciones de pareja y se ha alterado el modelo de familia.
Las mujeres conciben solo si lo desean y se hacen cargo en solitario del niño
ya que los embarazos son siempre por fecundación in vitro eligiendo semen a la
carta según las características físicas e intelectuales que se desea que posea
el hijo. Se practica la eugenesia, si el feto se desvía de lo que se esperaba cuando
se concibió será abortado.
Las hormonas antigestación
que se suministran a toda la población, en cierta medida, han anestesiado las
emociones convirtiendo a los nortalenses en personas frías y distantes.
Los nortalenses al llegar a
la ancianidad finalizan de forma natural su ciclo vital y pasan al estado de
“requiescate”. Pierden el cuerpo humano como soporte vital pero su conciencia
se perpetúa con un soporte tecnológico y pueden continuar existiendo de forma
virtual y se relacionan con sus familiares que les visitan en el lugar donde
están almacenados. Les ven y charlan con ellos a través de pantallas de
televisión.
Mestasia es la antítesis de Nortal. Tecnológicamente poco
avanzada y sin control de natalidad, Sus gentes muy pasionales tienen pieles
oscuras y ojos y cabellos oscuros. La escasez de recursos y la superpoblación
mantienen a casi todo el país en la pobreza. Una pequeña oligarquía vive con
gran magnificencia. El resto de sus habitantes sobreviven hacinados en
viviendas insalubres, rodeados de contaminación, guerra civil y tierras resecas
y estériles. La represión y el control policial están a la orden del día.
La eutanasia está
socialmente aceptada y regulada por ley para paliar la pobreza y el
exceso de población. Cuando los ancianos llegan a los 75 años se les considera
una carga improductiva y les obligan a ingresar en las moradas, colonias
olvidadas de moribundos, donde malviven en precarias condiciones. Llegan solo
con lo puesto, no se permiten visitas de familiares y todas sus posesiones
pasan automáticamente a sus herederos quienes, a veces, sobornan y mienten para
conseguir un ingreso prematuro para quedarse con sus casas y bienes. Tras seis
meses en las moradas se induce la muerte del anciano que difícilmente llegará a
“requiescate”, hay pocas plazas disponibles y se asignan por sorteo.
Existe un organismo
supranacional, la Organización Mundial, con un cuerpo
profesional de veedores que envía a supervisar cada cinco años a los
estados miembros.
Los veedores analizan
sobre el terreno situaciones problemáticas y elaboran un informe con
recomendaciones no vinculantes para resolver conflictos internos del país o
enfrentamientos entre estados. Los gobiernos, a menudo, intentan maquillar la
situación para que el informe del veedor sea favorable a sus intereses ya que
aunque no tiene obligación de hacer lo que se les recomienda quedaría
comprometido su prestigio y su imagen si ignoran el informe del veedor de la
Organización mundial. Por su parte, el veedor a menudo ha de leer entre lineas
la información que le suministran y soslayar obstáculos puestos por los
gobernantes y funcionarios con cuidado de no ofender a nadie ni ocasionar
problemas entre la Organización Mundial y el estado objeto de supervisión.
En este opresivo
ambiente futuro se desenvuelve la protagonista del libro. Sabina Landis,
veedora de la Organización Mundial originara de Nortal, que se desplaza a
Mestalia a comprobar si se han llevado a cabo las mejoras sugeridas por su
antecesor en el cargo y a investigar la situación de los ancianos mestalios que
han hecho llegar quejas sobre su desesperada situación.
Sabina es una mujer
“diferente”. Un genetista japonés cambió la muestra de semen elegida por su
madre por una propia. Descubierto el fraude la madre se niega a abortar y da a
luz una niña con rasgos asiáticos que resalta entre los nortalenses como una
mancha de tinta negra en mitad de una hoja blanca. Llena de inseguridades
personales por culpa de su aspecto físico y con un alto cociente intelectual
lucha en Mestalia por averiguar la verdadera situación de los ancianos y
defender lo que cree correcto. Se sumergirá en una cultura radicalmente
diferente a la suya y tratará de comprender y ayudar. Pronto se verá implicada
en las luchas entre distintos grupos que intentarán que ponga voz a sus
demandas de mejoras y justicia. Trata por todos los medios de no perder la
objetividad y no dejarse llevar entre intrigas políticas y asesinatos. Poco a
poco el contacto con los mestalios hace mella en ella empujándola a una rebelión
interior que la llevará a aceptarse a sí misma y a reconocer su deseo de
experimentar el amor y las relaciones de pareja.
La experiencia vital
de nuestra protagonista Sabina Landis sirve para argumentar en contra de la
supresión de las emociones para acelerar el progreso. Su ausencia provoca un
vacío que llena de insatisfacción al ser humano a la vez que suprime la fuerza
y expresividad del arte. El vacío emocional llevado al extremo conduce en
Nortal al bienestar social pero priva de la felicidad.
La autora nos
presenta una versión moderna de los “sepulcros blanqueados” en las
fachadas de los edificios de Mestalia, hermosas proyecciones virtuales que
ocultan edificios feos y viejos, podridos por dentro, que dan sensación de
belleza y riqueza pero son pura apariencia para ocultar fealdad y miseria.
Olor a menta y muerte
es una serie de yuxtaposiciones, el olor a menta (pureza) frente al olor a
muerte (podredumbre). La riqueza, la paz, la frialdad, el avance tecnológico,
los sentimientos anestesiados y la indiferencia del norte frente a los
turbulentos sentimientos, la violencia unas veces latente y otras expresa, la
pobreza, la opresión y el atraso tecnológico y cultural del sur. Una parábola
sobre la sociedad humana proyectada hacia el futuro.
La humanidad debe
tener poca fe en sí misma porque es fácil encontrar relatos de futuros
desesperanzados y opresivos donde eugenesia y eutanasia son moneda corriente,
la represión es lo normal y la pobreza generalizada y la guerra son endémicas.
No obstante siempre subsiste un espíritu de lucha que nos empuja a seguir
adelante. Conservamos la esperanza de encontrar el túnel y seguir adelante
creyendo con fuerza que al final nos espera si no la luz al menos unas
tinieblas menos espesas.
La historia empieza
de forma un poco abrupta y hay que esperar a que avance la narración para
captar algunos conceptos y terminar de hacerte una idea del contexto en el que
se desarrolla. Quitando eso la verdad es que me ha gustado y no se me han hecho
cuesta arriba las 463 páginas. Por otra parte la molesta moda de las trilogías
y las sagas me hace mirar los finales con cierta prevención. El libro tiene un
final, un buen final pero no un final definitivo, queda para mí un cabo suelto
que podría continuar como historia independiente o siguiendo esta línea
argumental.
Como curiosidad. Abrí
los ojos como platos al encontrarme en la novela con lo que la autora llama cagaderos
que cuando son descritos resultan una recreación futurista de las letrinas
públicas romanas. Los romanos colocaban en ellas unos bancos corridos donde se
sentaban todos los usuarios al mismo tiempo y montaban tertulias sin ningún
pudor mientras defecaban…
Sobre la autora
Carezco por completo
de datos sobre Ester Benarí a excepción de su nacionalidad Chilena, que ha
residido en varios paises y la fecha de publicación del libro reseñado:
mayo de 2018.
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