viernes, 24 de agosto de 2018

"Olor a menta y muerte" Ester Benarí



   En el año 2067…
  Nortal es un país rico en recursos y tecnológicamente avanzado situado en el hemisferio norte del planeta. Hay abundancia de agua y grandes espacios verdes. Se respeta el medio ambiente. Sus nativos son rubios, altos y de piel y ojos claros. Disponen de amplios lugares para vivir. Su población bien alimentada tiene acceso a la educación. Se fomenta la práctica de actividades artísticas.
La última generación de adultos ha nacido en una sociedad donde se ha desarrollado un sistema de anticoncepción hormonal que erradica el deseo sexual. Como consecuencia han desaparecido las relaciones de pareja y se ha alterado el modelo de familia. Las mujeres conciben solo si lo desean y se hacen cargo en solitario del niño ya que los embarazos son siempre por fecundación in vitro eligiendo semen a la carta según las características físicas e intelectuales que se desea que posea el hijo. Se practica la eugenesia, si el feto se desvía de lo que se esperaba cuando se concibió será abortado.
Las hormonas antigestación que se suministran a toda la población, en cierta medida, han anestesiado las emociones convirtiendo a los nortalenses en personas frías y distantes.
Los nortalenses al llegar a la ancianidad finalizan de forma natural su ciclo vital y pasan al estado de “requiescate”. Pierden el cuerpo humano como soporte vital pero su conciencia se perpetúa con un soporte tecnológico y pueden continuar existiendo de forma virtual y se relacionan con sus familiares que les visitan en el lugar donde están almacenados. Les ven y charlan con ellos a través de pantallas de televisión.
  Mestasia es la antítesis de Nortal. Tecnológicamente poco avanzada y sin control de natalidad, Sus gentes muy pasionales tienen pieles oscuras y ojos y cabellos oscuros. La escasez de recursos y la superpoblación mantienen a casi todo el país en la pobreza. Una pequeña oligarquía vive con gran magnificencia. El resto de sus habitantes sobreviven hacinados en viviendas insalubres, rodeados de contaminación, guerra civil y tierras resecas y estériles. La represión y el control policial están a la orden del día.
La eutanasia está socialmente aceptada  y regulada por ley para paliar la pobreza y el exceso de población. Cuando los ancianos llegan a los 75 años se les considera una carga improductiva y les obligan a ingresar en las moradas, colonias olvidadas de moribundos, donde malviven en precarias condiciones. Llegan solo con lo puesto, no se permiten visitas de familiares y todas sus posesiones pasan automáticamente a sus herederos quienes, a veces, sobornan y mienten para conseguir un ingreso prematuro para quedarse con sus casas y bienes. Tras seis meses en las moradas se induce la muerte del anciano que difícilmente llegará a “requiescate”, hay pocas plazas disponibles y se asignan por sorteo.
  Existe un organismo supranacional, la  Organización Mundial, con un cuerpo profesional de veedores que envía a supervisar cada cinco años a los estados miembros.
Los veedores analizan sobre el terreno situaciones problemáticas y elaboran un informe con recomendaciones no vinculantes para resolver conflictos internos del país o enfrentamientos entre estados. Los gobiernos, a menudo, intentan maquillar la situación para que el informe del veedor sea favorable a sus intereses ya que aunque no tiene obligación de hacer lo que se les recomienda quedaría comprometido su prestigio y su imagen si ignoran el informe del veedor de la Organización mundial. Por su parte, el veedor a menudo ha de leer entre lineas la información que le suministran y soslayar obstáculos puestos por los gobernantes y funcionarios con cuidado de no ofender a nadie ni ocasionar problemas entre la Organización Mundial y el estado objeto de supervisión.

  En este opresivo ambiente futuro se desenvuelve la protagonista del libro. Sabina Landis, veedora de la Organización Mundial originara de Nortal, que se desplaza a Mestalia a comprobar si se han llevado a cabo las mejoras sugeridas por su antecesor en el cargo y a investigar la situación de los ancianos mestalios que han hecho llegar quejas sobre su desesperada situación.
  Sabina es una mujer “diferente”. Un genetista japonés cambió la muestra de semen elegida por su madre por una propia. Descubierto el fraude la madre se niega a abortar y da a luz una niña con rasgos asiáticos que resalta entre los nortalenses como una mancha de tinta negra en mitad de una  hoja blanca. Llena de inseguridades personales por culpa de su aspecto físico y con un alto cociente intelectual lucha en Mestalia por averiguar la verdadera situación de los ancianos y defender lo que cree correcto. Se sumergirá en una cultura radicalmente diferente a la suya y tratará de comprender y ayudar. Pronto se verá implicada en las luchas entre distintos grupos que intentarán que ponga voz a sus demandas de mejoras y justicia. Trata por todos los medios de no perder la objetividad y no dejarse llevar entre intrigas políticas y asesinatos. Poco a poco el contacto con los mestalios hace mella en ella empujándola a una rebelión interior que la llevará a aceptarse a sí misma y a reconocer su deseo de experimentar el amor y las relaciones de pareja.

  La experiencia vital de nuestra protagonista Sabina Landis sirve para argumentar en contra de la supresión de las emociones para acelerar el progreso. Su ausencia provoca un vacío que llena de insatisfacción al ser humano a la vez que suprime la fuerza y expresividad del arte. El vacío emocional llevado al extremo conduce en Nortal al bienestar social pero priva de la felicidad.
  La autora nos presenta  una versión moderna de los “sepulcros blanqueados” en las fachadas de los edificios de Mestalia, hermosas proyecciones virtuales que ocultan edificios feos y viejos, podridos por dentro, que dan sensación de belleza y riqueza pero son pura apariencia para ocultar fealdad y miseria.
  Olor a menta y muerte es una serie de yuxtaposiciones, el olor a menta (pureza) frente al olor a muerte (podredumbre). La riqueza, la paz, la frialdad, el avance tecnológico, los sentimientos anestesiados y la indiferencia del norte frente a los turbulentos sentimientos, la violencia unas veces latente y otras expresa, la pobreza, la opresión y el atraso tecnológico y cultural del sur. Una parábola sobre la sociedad humana proyectada hacia el futuro.
  La humanidad debe tener poca fe en sí misma porque es fácil encontrar relatos de futuros desesperanzados y opresivos donde eugenesia y eutanasia son moneda corriente, la represión es lo normal y la pobreza generalizada y la guerra son endémicas. No obstante siempre subsiste un espíritu de lucha que nos empuja a seguir adelante. Conservamos la esperanza de encontrar el túnel y seguir adelante creyendo con fuerza que al final nos espera si no la luz al menos unas tinieblas menos espesas.
  La historia empieza de forma un poco abrupta y hay que esperar a que avance la narración para captar algunos conceptos y terminar de hacerte una idea del contexto en el que se desarrolla. Quitando eso la verdad es que me ha gustado y no se me han hecho cuesta arriba las 463 páginas. Por otra parte la molesta moda de las trilogías y las sagas me hace mirar los finales con cierta prevención. El libro tiene un final, un buen final pero no un final definitivo, queda para mí un cabo suelto que podría continuar como historia independiente o siguiendo esta línea argumental.
  Como curiosidad. Abrí los ojos como platos al encontrarme en la novela con lo que la autora llama cagaderos que cuando son descritos resultan una recreación futurista de las letrinas públicas romanas. Los romanos colocaban en ellas unos bancos corridos donde se sentaban todos los usuarios al mismo tiempo y montaban tertulias sin ningún pudor mientras defecaban…


Sobre la autora
  Carezco por completo de datos sobre Ester Benarí a excepción de su nacionalidad Chilena, que ha residido en varios paises  y la fecha de publicación del libro reseñado: mayo de 2018.



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