sábado, 19 de junio de 2021

De cómo conocí a Luis

-Llego tarde, llego tarde -repito entre jadeos-, ¡mierda! ya no llego... 
  Veo a lo lejos arrancar el autobús y asumo que se me ha escapado. Al menos el banco de la parada está libre. Podré esperar el próximo sentada.
  Contemplando pasar el tráfico hago un repaso mental de la semana. Mi madre se cayó en el baño y se ha fracturado la cadera. La ingresaron en el hospital y ahí continúa. He tenido que pedir en el trabajo unos días de vacaciones que me quedaban para hacerme cargo de ella. Ya veremos si sobrevivo a esto. 
  Cuando hablas de tu madre, que en nada cumple los ochenta, la gente piensa en una dulce ancianita. Nada más lejos de la realidad. Es una arpía con una roca de basalto por corazón y una lengua bífida y ponzoñosa que ya quisieran muchas serpientes. 
-Si, -me digo en silencio- se avecinan días oscuros. 
  Tengo tan pocas ganas de ver a mi madre y escuchar todo el inventario de quejas sobre médico, enfermeros, celadores, limpieza y comida, que la espera se me hace corta. Ahí llega el siguiente autobús hacia el infierno. 

  Nada más salir del ascensor percibo la mirada intensa de la enfermera de planta. Inclino la cabeza y apresuro el paso. Estoy de suerte, alguien se ha acercado al mostrador a hablar con ella y yo paso a toda prisa, a pesar de no tener ganas de enfrentar a mi madre, para librarme del rapapolvo por todas las impertinencias y maldades que ha acumulado desde ayer. 
  Toda la vida igual, ella monta el circo y yo recibo el varapalo. La vida es una mierda con eme mayúscula. 
  Nada más entrar a la habitación le veo la cara de asco. Veamos cual es la causa. 
-¡Hola mamá! -exclamo con una alegría que no siento- ¿como estas hoy? 
  Su mirada refleja un odio intenso y la voz le sale entrecortada por el enfado.
-Pues peor que ayer, ¿no has visto a esa vieja? -señala con la cabeza a la otra cama-.
  Al entrar ya he visto que había otra mujer en la cama de al lado. Mis nervios se revuelven a la altura del estómago y empiezo a sentir una familiar angustia. La vergüenza ajena es mi compañera de viaje desde que me alcanza la memoria. 
  Desde el otro extremo de la habitación surge una voz, al menos tan dulce y armoniosa como la de mi madre.
-¿Oyes a "esa"? ¿Ves como tengo razón? Una verdulera de baja estofa, te lo dije. ¡Pide que me cambien de habitación! 
-Eso, eso que la cambien a ella ¡que yo estaba aquí antes! Menuda noche ha dado la muy cochina. Ha soltado pedos y eructos suficientes para llenar un estadio de fútbol... 
  Me pongo roja como un tomate hasta que escucho la réplica de la otra paciente. 
-¡Cállate marrana! Que cagas con la puerta abierta y  no hay quien respire en esta habitación.
  Ahora me estoy quedando lívida, se va a liar bien gorda. Me ladeo con disimulo buscando un lugar donde esconderme del cruce de insultos y entonces le veo.
  Lleva unas gafas para vista cansada y sonríe de medio lado. Dejo de escuchar las barbaridades que mi madre y la otra mujer se arrojan y lo repaso. No es ni feo ni guapo, pero tiene una sonrisa muy maja y una mirada franca que entrelaza con la mía.
  Nerviosa le digo: -Lo siento, de verdad, perdona. 
-No te disculpes, si tu no has hecho nada. 
  Y sigue sonriendo mientras el cruce de hostilidades da paso a un salvaje tiroteo. Y yo sigo mirándole mientras vuelvo a ponerme roja. No se que hacer ni que decir. 
-Esto es incómodo -musito a media voz-. 
-Un poco -contesta él-, ¿y si nos quitamos de en medio? La máquina del café está ahí al lado, si la escalada de violencia va a más oiremos las granadas de mano desde el pasillo.
  Enarca una ceja y espera mi respuesta con las manos en los bolsillos. ¡Que diablos! La sangre me da pánico, mejor huyó de aquí con él antes del primer arañazo. Pensándolo bien, no habrá sangre ni arañazos. Están las dos inmovilizadas, cada una en su cama. No alcanzan. 
  Le devuelvo la sonrisa al acompañante de la adversaria de mi madre y le doy un si risueño. 
-Si, por favor. Vamos a por un café.
  Y nos tomamos ese café y comimos juntos en la cafetería y me pidió mi número de teléfono y se lo di y quedamos para ir al cine y le regalé un bóxer monísimo por San Valentín y el me compró un anillo de compromiso. 
  Y aquí estoy yo, delante del altar dándole el "si, quiero". Y confiando -en vano, seguro- que mi madre y mi suegra nos dejen tranquilos al menos el día de nuestra boda.... 

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