jueves, 5 de agosto de 2021

"La vieja de la sartén" fanfic


   Al hilo de la lectura del libro viajero "Fuegos Fatuos: Antología de lo increíble" de Iban J. Velázquez 
surge este pequeño relato sobre uno de los personajes creados por el autor.


  Tengo una gran capacidad de abstracción, siempre me dió igual donde leía y a que hora lo hacía. La maternidad lo cambió, al igual que otras muchas cosas,. Ahora leo fundamentalmente de noche, cuando la oscuridad apaga las voces infantiles, atenúa las luces y acentúa las sombras.
  Arrellanada en mi sillón preferido, ese que solo puedo ocupar cuando todos se van a dormir, leía, ausente para cualquier otra cosa que no fuese el libro que tenía entre manos. A esa hora ya no se escucha "¡mamaaa!, ¿dónde está el mando de la tele?", "¡mamaaa, se ha acabado el papel higiénico!", "¡mamaaa, no encuentro el pijama!" o cualquier otro ¡mamaaa! que se te ocurra. Quererles, les quiero, pero que cansinos pueden llegar a ser.

    Por el rabillo del ojo percibí un ligero movimiento a mi izquierda, ¿o quizá lo imaginé? Seguí leyendo, pero algo más atenta a lo que me rodeaba. Una extraña inquietud se adueñaba de mí por momentos tensándome la espalda. ¿Acababa de oir rechinar unos dientes?
  Eche un temeroso vistazo por encima de mi hombro en dirección al oscuro pasillo. Fue como si las sombras se cuajaran en una silueta humana. Incrédula, cerré los ojos y me los froté.
  Al abrirlos, una temible vieja, con la mirada llena de maldad y dientes afilados como puñales, se cernía sobre mí. En su mano alzada esgrimía una sartén de hierro. Vi acercarse el golpe a mi cabeza paralizada, incapaz de gritar.

  El golpe sordo del libro al caer de mis manos al suelo disipó a la siniestra vieja entre maullidos de gato.
  Con manos torpes sacudí las telarañas del sueño que aún velaban mis ojos y respiré hondo con alivio al constatar el vacío donde antes había un terrorífico esperpento armado con una sartén.
   Unos pasos vacilantes me llevaron a la cama sospechando de las sombras instaladas en los rincones lejanos donde no llegaba la luz de la lámpara de lectura que decidí dejar encendida hasta la mañana siguiente.
  Justo un instante antes de dormirme de nuevo oí a esos gatos maullar.

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